En el agua
I
Baja de verano, escaso, el río,
pero la mañana se aligera.
Hay tormenta a lo lejos. ¿Podrías
referirme acaso cómo huele
esa impresión a tierra mojada,
la fina porosidad del aire
húmedo en la distancia?
II
Se reduce a repetir la sed
este silencio contemplativo.
La más pequeña solicitud,
el menor esfuerzo o gesto apenas
para no apurar la propia sangre.
Sabría sentarme bajo un árbol
y ser la muchacha de Corot.
El sereno anonimato del agua
como fondo en la soledad. Poco
a poco la sed se licuaría
y, la contemplación, un instante
donde el nombre fuera fugitivo,
donde nada importase.
III
Con las campanas dominicales
pesan las nubes. Adivinar
la tormenta es fácil
o es un deseo porque la lluvia
aplaque este calor. No me muevo
de la mañana, no queda nadie
a quien contar que estuve urdiendo
un hechizo
en la noche. Ninguno quedamos.
Un polvo dorado incandescente
antes de las diez, difuminando
el perfil reseco de los cerros,
me trasforma en cenizas igual
que si te hubiera amado tantísimo
hasta arder.
IV
Vencejos a la caza de insectos
líquidos. Son los que guardan gotas
del color mojado, nutritivo,
son los insectos conocedores
de láminas finas y perladas
detrás de la curva de calor
y detrás de esta melancolía
lujosa de verano. Vencejos
alrededor de las torres, altos
como quien vuela y sabe seguro
su despertar o su sentido. Pero,
¿quién vuela, quién caza los insectos
que colman o quién, en compañía
de vencejos, se sacia?
V
Detente, pedía en el delirio
del ansia, si supiera morir…
Pero ahora reposada,
ballena cantando, desplazándose
sin quebrar las agujas del agua,
tiempo que no responde a un deseo,
murmurador cetáceo lento
y poderoso. Hoy se levanta
un vientito más fresco, más verde.
No me detengo, sólo acompaso
mi movimiento con las aletas,
vuelvo a sumergirme, canto y danzo.
No es olvido todo ni distancia.
VI
En un barro de canícula hundo
mi mano. Alguien escondió saliva
de besos, gotas jugosas para
despertarme, teñirme los dedos;
agua de sed, cuanto más sed más
cercana pero difícil, más
clara y más precisa e inasible.
¿Qué haré si este limo se convierte
en el primer planeta habitado
por el deseo?
VII
Los pájaros invisibles. Su eco
creciendo por los riscos del río,
de los álamos claros al olmo
y todo es cántico, todo deja
de tener importancia. Palabras
mías, desconcertadas después
del final del deseo, palabras
más caedizas que estas llamadas
con sus respuestas entre los árboles.
Me aproximo al silencio, al final
del deseo, a la mañana limpia,
intensamente garza y vacía.