Un avión vadea las nubes,
se sabe por el trueno sostenido
y pregunta mi madre dónde va
con extrañeza niña y griega.
Mis años son más viejos que su gesto;
grata perplejidad suaviza
cualquier descreimiento que la aceche
desde lo que ha tocado, desde
antes de ser mi madre, antes, lejana,
y reserva su terrenal
postura
para el instante de la magia
aérea.
Cruza el avión, y mientras quiero
conseguir un pasaje en su distancia,
ella se asombra y se aproxima
breve a la edad de los olivos.
En esta antigüedad del desengaño
que me separa de lo prodigioso,
¿persiste aún una fisura
por la que pueda entrar la hechicería
de una mirada que, admirándose,
pregunta?
¿Y qué mirada griega y niña
hecha de tierra maternal
y arraigo
dudará de un sonido sobre nubes
e inventará un encantamiento
que dé razón de los viajes,
que dé razón de una rara tormenta
y de su altura?
DOMENICO SCARLATTI. SONATA K 178 - David Russell
Malvada madrastra
Les robo a las garcetas las camelias
atadas a las ramas del invierno.
Mi espejo tiene dientes, la leona
se afila en el cristal sus cuatro garras.
Los árboles del río son mastines
que se dejan poblar; dormitan, suelen
moverse muy despacio sobre restos
o acercarse a beber tambaleándose.
Hay un sol de muchachas azaradas
que más tarde, en verano, se insolentan
mostrando sus ombligos con argollas
de acero.
Ahora debilitan sus manzanos
gimiendo igual que ovejas escuchándome
aullar,
pero a pesar del miedo al hielo oculto
que les haga un bebé en sus vientres lisos,
que les saje la carne con los gérmenes
del tiempo encizañándose, escapando,
guardan la fortaleza de la piedra
que hierve,
que todo sol contiene sin sentirse
indispuesto.
Acarician los perros de la orilla
del río,
llaman a las garcetas por sus nombres
y se cubren de plumas concedidas
y pescan
como pájaros.
¿Dónde estará la lluvia de aguafría
que les arranque el corazón de un golpe?
¿Dónde, espejito mío, el nadador
carnívoro olfatea a las muchachas
y les come los pies y va subiendo,
las envenena a gritos, les arranca
el corazón de golpe con su beso?
Vals. - Tchaikovsky
Giacometti
Bola suspendida
¿Qué linaje de mariposas
arderá bajo el sol
y habrá una duna que las cubra
y un guijarro que indique cuándo
se extinguió la última mujer
apasionada
y loca con sus alas?
Sitúate en el mediodía
que suelda con fuego la grieta
por donde se escapasen
fibras de un agua sin recuerdo.
Quédate.
Se curvará tu cuerpo
calcinado.
Tiéndete.
Que se desplome el astro
en ti.
Race of the initiates - Hans Zimmer
El hombre que camina
Gravedad en la planta de los pies,
va determinado sin verte
y no es la tierra esa adherencia
que lo sujete en la arena de hueso
de sus muertos, no le sostiene
el viejo núcleo, el testigo
de una primitiva batalla.
Va sin verte, preciso, a sus misterios,
y en su fragilidad se perpetúa.
Va sin mirar, sin verte, y tú
no le rozas el hombro, no andas
a su lado
ni te escucha.
Y tú,
que un breve viento tumbaría
tu pecho,
que el empujón más suave atraparía
tu porción de camino,
tu volumen de gas y de constancia...
Counting song - Hans Zimmer
Antiguo oficio
Escucha a la abubilla
y comprende el presentimiento
de los pájaros.
Moja el pincel en el tintero
y desiste de cualquier música
o distracción.
Ahora posee
el mismo rumor que la seda.
Tiene a las montañas, el lago,
al tímido ciempiés,
al heliotropo y al amor
de su parte.
Tiene a la luz por inventar,
se tiene a sí como en liviana
trasparencia
de soledad y vaho.
Y posa su pincel:
una princesa muerta
vuelve a flotar entre los juncos.
Why - Annie Lenox