Dafnis y Cloe. Suite
nº 2
Dejas de mirar con sus ojos los árboles que adormecen su
calle. Ella ve al sol rozar un lado de la torre de acero. Esta mañana la paloma
quieta recoge saludos, ha sobrevivido al blanco acechador nocturno.
El pasto donde la
pastora suele entretener al difícil rebaño solitario brilla de helada sin
caricia. Los animales desentierran raíces no quemadas o simiente en letargo.
Lo que mira responde con silencio. ¿No te acuerdas que era
muy fácil acogerla a tu lado cuando venías de tu casa hasta su casa? ¿No te
acuerdas que hablabais una lengua que ella inventó por juego y tú entendías?
Ahora que estás
muerto, comparte tu mirada. Cambia el sentido de la vista en ella. Sabe mirar
las laderas bajo la helada, el cielo tierra adentro; nieva y, como tú,
interpreta pisadas en la nieve.
Con silencio responde tu presencia sustituyéndote y
mirándola. Pero ella no se angustia, nada le niega separarse de ti. Sólo estás
muerto y lejos. Ella ocupa tu hueco liberado y mira, maravillada, ese espacio
sin vuelta con tus ojos.