viernes, octubre 22, 2010

Otro poema en Hermes (II)


Alice Liddell ( la Alicia del País de las maravillas) fotografiada por Julia Cameron en 1872



Carta de Constance y Mary Ellison a Alice Liddell

Agosto de 1862

Querida nuestra,

El metal de la siesta nos acerca contigo. Las trenzas de la mimosa sombrean nuestros párpados y mueven un diminuto lémur de cosquillas, invisible, dibujador, inquieto. Mi cabeza es una arcilla de tibio sudor en el jardín de Christ Church, Oxford; la mía se desliza a las raíces donde escapan las gwragged annwn de luz.

¿En qué diván te tiendes, en la casa cerca de las algas que se han quedado con tus peces aflautados, ahora que camina despacio lo rojizo

del día?

¿Cómo te has callado para no odiar este instante perfecto pues, durando un ala de abejorro, puede comerse varios estratos de aire manumiso y se encapucha con relojes dejándote huecos de sueños lamentando el peso falso, el peso débil hecho de huida?

Yo te recuerdo como la garceta que creía abarcar toda la anchura del río y conocía a las anguilas, y yo recuerdo las premoniciones que adivinaban signos en el dorso de tus manos y hablaban de príncipes que no experimentaron el dolor: eran signos muy bellos y temibles y tú, la más temible, nos amabas, decías.

Nos suspendemos del teñido sepia, de una foto fugaz que entinta eternos los dones de la infancia convertidos en limaduras, en poupées de polvo. Flotamos embalsadas y tú fluyes, olemos a la parte que no existe y tú vas, tú vas, te dueles, simplemente estás.

La porcelana de la siesta cubre mi rostro; el mío, azul, también se posa: nos tendimos atrás, ayer, ausentes.

¿Enviarás tus cartas al jardín del perfecto verano que no ha ajado

el tiempo?

¿Nos contarás que fue de aquellos hilos de palabras bordadas en la hierba

preciosa

y egoísta?


Tuyas, queridas
C y M





viernes, octubre 15, 2010

Un poema dedicado


      GIRO

      Me muevo
      con la manera circular
      de una rama de robinia
      en septiembre:

      densa, aún olorosa,
      vienen avispas, las escondo,
      luego merodean ventanas,
      se atontan al calor.

      Me muevo pesada de pájaros
      avivando nidos porque
      la humedad
      y el delirio cuando despierto
      son otro nido,
      otra cría crecida hambrienta
      aleteando.

      Y me giro
      capturada
      en la luz,
      no en la luz sin ojos del día,
      sino en la luz carnal que otorga
      mirarme mientras quema.

      Y entonces soy mirada,
      me giro como un árbol
      excitado,
      abandono mi forma
      privativa, dejo a tu lengua
      de luz hurtarme,
      me giro donde estás
      y soy el agua.

      -----------------------------------------


      Sí, este poema está dedicado

viernes, octubre 08, 2010

Otros poemas publicados en la revista Hermes


Anunciación. Botticelli. 1489-90. Galería de los Uffizi


      I La mano ciega


      Se diferencia del amor,

      es una copa de murano

      fácil de quebrar.


      No, no como el amor,

      como cariátide de amor

      ahí, en pie en su ruina dura,

      sosteniendo un techo de viento

      cuando ese dios,

      ¿dónde permanece ese dios?

      Es un apártate de mí

      y la mano repite gestos

      de rechazo – todas las manos

      ciegas adivinan la punta

      deliciosa e hiriente

      de la flecha-


      Es un estar a punto

      siempre de quemarse,

      pero la mano va y se quema,

      es lo primero calcinado,

      es un pájaro aleteando

      en su lumbre,

      es lo primero derrotado,

      es una copa líquida

      y brillante que pareciera

      que arrasara fluyendo.


      La mano va y lo toca

      porque no hay otro gesto

      aunque se aparte.


      Y no es como el amor:

      granito o cuarzo

      sin parpadeo entre las llamas.


      II La mano escucha


      Asentiría con cautela,

      así se salvaría

      pero se imanta al rostro.


      No habla de los ojos azules

      queridísimos,

      no habla de los labios carnosos

      con silueta precisa

      para besar, ni siquiera

      con la nariz conversa.


      Palpa

      con sus terminaciones

      sensitivas

      y descubre que una música

      surge de lo increíble,

      que una música

      para besar

      desde el otro planeta…


      La mano

      hace el amor con las mejillas

      del mensajero... si pudiera

      ronronearía

      y si pudiera desnudarse

      de velos bailaría

      esa lasciva danza.


      Aunque

      nadie narra cómo la mano

      desistió

      para dejar al ángel

      regresar con respuestas.

      Tal vez porque no es el amor

      aquello que consigue

      su perfección de vuelo.


      III El cuerpo acepta


      La cintura se arquea

      y el muslo se interpone

      a la intrusión.


      Pero el miedo sostiene dos

      segundos su paralizante

      desconfianza, después cae.



      Después el miedo cae

      y cae la luz de la tarde

      poblada

      con juegos y lecturas,

      niñeces de quien cree

      que el amor cimenta los días

      de vivir.


      Y lo que atrapa a la cintura

      la desdobla de su giro

      y la domina de ansiedad,

      no se parece al amor

      ni a sus anillos

      intencionados.


      Esto carece de algún nombre;

      como el agua, toma la forma

      del cuerpo que lo acepta

      y, como lava,

      luego solidifica

      su delirio.


      Y, al no dejarse nombrar, nunca

      cesa en la herida que ensaliva

      y nunca duerme.


      Con la apariencia del amor

      penetra,

      ¿qué permanece ileso

      tras su encuentro?


viernes, octubre 01, 2010

FOTOHISTORIAS y III


      Sobre algunas fotografías de J. C.

      Tercer relato

      I

      En algún lugar,

      y en este momento, una melodía

      reclama la misma atención que un pájaro

      parpadeando, citando al instinto

      Voz sola, fina, cruzando el minuto

      que tiene el alba para prometer

      correspondencias.


      Un reducido grupo misterioso,

      reunido en la sombra

      de lo no contado, de lo incesante

      herido, acompasando gargantas,

      graduando el eco de las palmadas,

      de las invocaciones.


      Canción de haber estado lastimándose

      cuando la yegua horrible pisotea

      peticiones de amor, sonidos frágiles,


      murmullo de un ritmo creciendo, giro

      desde desesperarse,

      desconfiar que regrese el clareo.


      En algún lugar

      que no imaginas,

      en la isla más solitaria, en la playa

      estéril, en la joven tirada allí

      por su liberador.


      Murmullo,

      cántico luego.


      Dime, ¿tú lo escuchas?





      II

      …por eso, al mediodía,

      vuelve el silencio sobre los pañuelos

      de colores;


      lo que era sonido ahora es un gesto

      elegante aunque muy necesitado.


      Hay un sometimiento

      en la nitidez lujosa del día,

      como decirse, no puedo hacer nada

      sino esperar,

      como decirse, ¿qué otra cosa ocupa

      la luz sino distancia?


      Y no, no se encuentran canciones, se oye,

      más bien, una carencia.


      Sin embargo,

      el día es prolongado en su cortura.


      Tal vez, el hilo tenue

      de la canción

      -la súplica,

      una tremenda súplica de afecto-,

      casi invisible, casi consumido,

      cruce el segmento del atardecer

      y brille precioso,

      rosado en su armonía,

      con el mismo timbre de la primera

      historia,

      con el mismo intervalo anterior

      a la crueldad

      de tu recuerdo.

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