jueves, abril 05, 2007

El libro de Zaynab. I´Dar Dunnuní. II.







Quddam.Rast
Gregorio Paniagua


Nos recibió en la sala al-Mukarram.
No acerté a ver el rostro
del señor dunnuni.
Otros hijos de nobles
iban a ser honrados
en el I'dar de Yahyà al-Qadir*.

Tras los menacires de las señoras,
entre tanta alahajada perdiz,
apenas distinguía
la barba de mi padre,
a Ra'su-hu y sus adulaciones.
Muchos hombres sin tacha
orillaban el trono temerario.
Velada detrás de la celosía
buscaba la sonrisa
que robó mis sonrisas inocentes,
el halcón que arrebató de mi nido
frágiles perlas dulces,
y estando tan callada me moría
cual si fuera esta fiesta
secreto funeral de mi esperanza.

La reina me miró,
instó a mi madre para que yo comiera.

¿Qué bocado gustoso
sabría yo tomar en mi agonía?

*Nombre del nieto del rey





      © August Macke



Si yo no hubiera estado muriendo lentamente
habría valorado los dones del jardín:
Diáfanas terrazas voladas sobre el río
juntando los colores de rosas estimadas;
la sala de perfumes, un techo celestial
de tapices dorados,
los aromas del ámbar y flores de Catay...

Peinándome cl cabello,
mujeres con las uñas tatuadas por los dioses.

Más que un jardín un bosque que, en amenas colinas,
servía de infinito vergel para mil pájaros
de encantado plumaje y canciones de luz.

Y la reina jugaba a alquerque con mi madre...
Vi a mi hermana pequeña correr entre los mirtos,
vi el alarde orgulloso de los hombres del rey.

Las doncellas más jóvenes ofrecían los platos
del exquisito hojaldre relleno de pichón.

Pero ya estaba ciega y, viendo, no veía,
sólo escuchaba al río escapando del llanto.
Al agua le pedí
que me llevara aprisa
por abreviar la muerte que en mi pena se holgaba.

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