viernes, diciembre 15, 2006

Largo poema interrumpiendo a Virginia Woolf

Sé que me precipito, que no espero, pero encontré este larguísimo poema que es como una danza y me desvela...este poema lleva mi nombre...no puedo añadirme imágenes, sólo música y sol. Dedicado a quien ya no me lee. Ah, aún me queda Virginia, sólo es una alocada interrupción.


SUITE PARA EL AGUA SIN NOMBRE

I

Un aire tranquilo mueve la avena,
ésa que se ríe entre las rocas
con la ropa del ansia.

Quizá me acariciaba una canción
triste pero la luz me ha desnudado
para perder, por fin, la mueca
del orgullo.

Y los cristales,
como marea suave, me recuerdan
que pertenezco a los propósitos
de la avena,
que no soy sino un pájaro pequeño,
que me desvanezco en el gozo
olvidado del agua
que cae
sobre amarillos tallos,
sobre mí.



II

¿Escuchas el murmullo de la niña
que levanta sus brazos
para llamar al viento
de ese mar tan lejos, tan lejos,
tan lejos?

Mírala sonreír
a la espuma con su saludo:
lame sus pies.¿De dónde viene
este agua, este beso, esta clara
certeza de la magia?

Mira a la niña en la mujer
que calla. Es hermana
de los ahogados,
es la novia de los mensajes
escritos en la arena,
es la niña sacrificada a los dioses
que te dice:
ven,
dormirás en mis hombros
.



III

Criatura de las azaleas marinas
y el temblor...

No he cerrado mi puerta
por seguirte
y soy torpe para aprender
tu idioma
y tu esquivo dominio.

Dejo que muerdas mi muslo
porque mi sangre es tan salina
como tu piel de liberado
gesto.

Llévame donde van los muertos
a vivir,
a las islas de la contemplación
del fuego,
a bailar sobre el agua,
al arriesgado callejón
de los tiburones,
a tu nido,
a tu secreto,
a tu jardín.


IV

Tiene la calle una costumbre
de golpear
mis tobillos.

Una mirada peligrosa
roza mis labios
y no puedo volver atrás,
encerrarme en la casa,
desistir
de esa perturbadora
caricia. Si ayer escribí
que estaba muerta
hoy hay medusas en el puente,
me pican los tobillos...
Entonces echo a andar
y me palpo
la sangre.





V

¿Qué importa
lo que ignoro de mí?

El sobresalto de una abeja,
el parpadeo de mi gato,
la música
de un raro niño de otro mundo
que me viene y se va...

Eso, todo eso soy yo.

¿Qué importa que no sepa
lo que digo de mí?


VI

Mi ciudad no es blanca pero palpita
porque yo la amo.

Si estuviera al lado del mar sería
una muchacha dando un cariñoso
libro a cada ola;
si estuviera muerta no lo estaría,
si tú la conocieras
te tomaría de la mano para
bailar.

Abro la ventana y veo la casa
de mis padres con la niña que aún
se viste de hechicera;
veo en cada torre una campana
de poder ser feliz por un segundo;
veo que Pablo me sonríe e Inés
está tranquila con su pena
y un perro que se cruza me pregunta.

Si tu conocieras
mi ciudad sabrías
que está al lado del mar
aunque su río tenga su quebranto.

Si tú la conocieras
sabrías dónde estoy
con este amor tan tonto y tan antiguo.





VII

Ella dice continuamente:
No me olvides porque si no los frisos
de los templos griegos
-donde amarse es una oración
a los delfines-
se borrarían
. Nadie entendería
la palabra de los astutos
bosques.

Ella dice:
no me olvides
porque si no seré una fosa
de la guerra más negra, con sus huesos,
sus vestidos, sus niños blancos
de cal
de horror.


No la escuches,
No, no la escuches.

El olvido es otra mujer
que pronuncia tu nombre
con la dulzura de los que jamás
vivieron en el ansia.

Es una dama,
pero no es Ella.


VIII

Nadie ha visto a la luna pasearse
por mi cara cuando no puedo
dormir. Es extraño ese tacto,
aunque tanta y tanta su luz
que no sé si la luna baila
o soy yo que por fin consigo
moverme en el agua
y me parezco a las actinias.

Esto debe ser la alegría
de la noche.
Qué estúpida eres, me repito,
mira que temer a los murciélagos...

Veo mis manos,
las cuatro pulseras que Juan
me ha ido regalando del desierto:
Ay,
éste es el brazo de la luna.

Y me asomo al espejo:
Ahí estás, rubia y loca
y muda para todo
menos para las palabras
de Cernuda
y fácil para la belleza.

Soy la luna y me río
mientras bailo en el agua.

Esto debe ser
el peligroso gozo de la noche.


IX

La avena sabe que el palo de lluvia
traerá
la canción,
la única canción que murmuran
los niños
cuando se empapan en los charcos.

Hundo mis manos en la tierra
para entender
que el violonchelo
no es otra cosa que un árbol que me habla.

Hoy he visto
a la tinta de mi pluma volverse
música enviada
desde el planeta
de las ballenas
y no he tenido tiempo salvo el tiempo
de la avena sin nombre
que nada sería
sin el agua sin nombre...

Una música,
un regalo asombroso,
ese regalo
que nadie atiende
porque no tiene nombre.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades, también por no enmarcarla con una imagen -que restaría horizontes a un poema abierto-.
:¬)

Anónimo dijo...

Dejaste esa puerta abierta y he entrado..Gracias

Lisola dijo...

Me gusta Ogigia. Sigue en ti la presencia_semilla de esta mujer que envuelve.

Un abrazo.

Lisola.

Anónimo dijo...

Bendita sea la precipitación que nos lleva a tu nombre y a tus horas en sepia.Qué íntimo recorrido, poeta, que inevitable reconocimiento del "ansia", de lo innombrado, del latido de lo ausente... y que "doloroso" injerto de música portan tus vigilias, tus lunas...el destierro sin nombre del agua.

Un abrazo

Sangre dijo...

...Intenso...preclaro...en búsqueda perperua de ti en ti...respeto querida Ogigia tu fijación por esta mujer mas...no la comparto...te prefiero a ti mil veces que a ella...no se haya entre mis afines,(mis motivos tendré) tu sí...un beso querida...

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Jardí­n al mar 1605 Blog de poesí­a y otros textos Ogigia María Antonia Ricas
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