

- EL OUSE II
¿Queda algún vegetal sobre la escarcha
del que puedas medir botánicas celestes?
Se confabula un ángel con el frío
y rueda hasta el acebo,
y salta a tu ventana, se licúa en la piedra,
y vuelve a endurecerse y persigue a las niñas.
Frotas sus nudillos amoratados,
las traes al regazo,
les murmuras que son las damiselas
de la ciudad con altos edificios
y una avenida bienaventurada.
Un ángel masculino no ha entendido
la dulce confidencia,
-el dorso de tu mano que sostiene
turgente pecho, luego una cintura
estremeciéndose y
maltrata a las niñas.
Debes flotar
para esas novias excitadas que oyen
la sombra del esposo con su sexo invisible
como pabilo hiriendo cuando goza.
Flotar, subir del hielo.
De rosas extrañísimas despojas
a tal ángel ceñudo.
Llamas a las muchachas, la campana congrega,
les muestras una danza,
las despiertas
de sí.
Signos amarillos
Aún no sabes cómo me llamo?
En los fríos bajorrelieves
de los epitafios se ensancha
mi nombre, sube desde el río
donde estuve nadando klee
con mi padre, y he repetido
la canción del vilano cuando
en septiembre pedíamos
higos melares a Eme A.
¿Aún no sabes cómo me llamo
si vuelvo la cabeza incluso
al nombrarte?
¿No sabes
cómo me llamo si las runas
de mi hechicería se acercan
a palabras cundiendo en ti
y en la ciudad?
Mira,
con las rótulas de mi nombre
hago del tiempo y de su diente
un juego.
Flores del acantilado
De la policromía al vértigo,
de la tibieza al desabrigo,
de la voluntad al naufragio.
Mientras tanto,
entre el punto de la ceguera
de los niños y una dolida
ceguera de las despedidas,
entre
la benevolencia
de la arena
y el miedo
a la caída,
esta mañana acapara
todos los ángeles
de septiembre.
Cada movimiento genera
un tacto semejante a besos,
y cada cosa está esperando
a ser rescatada
de su inclinación al olvido.
Entre un bálsamo que se extiende
hasta el agua y las flores impo-
sibles del único traslado
esta mañana es vuestra.
Tomaremos un té,
demoraremos la partida.
Fuego en la tarde
Al mar llamado Klee, tan cerca
de los muros de la ciudad,
o la tarde, que tú la llamas
lago.Entrecerramos los ojos
convirtiendo la espuma en giro
de la perfección.Al instante,
al espacio leve mediando
entre la alegre certidumbre
de abrazar, al instante justo
de no todo melancolía,
algo en el fuego comprensivo,
cierta idolatría de nuestra
parte.
Al agua llamada Klee,
prendida antes del sufrimiento,
enjoyada sin arrogancia.
Cuando nos saludamos, cuando
dijiste
que me visitarías
en el agua.
Sobre la tierra
El viento me da en la cara
y los fragmentos de un planeta
parecen disgregarse,
pero no,
está el humus amalgamando,
está el recorrido del viento
que, si arrastra consigo sueños,
recobra marcas de haber sido
niña, lo soy, nunca dejé
de serlo,
están vuestros nombres, avanzan
sobre las grietas de la muerte,
me asustáis a veces,
avanzan,
pero no,
bajo la tierra ya no duele
una deserción,
no os marchéis todavía.
Hay razones verdes,
sobre todo
ésas que me gustan surgiendo
de los retoños de los árboles,
apenas vistas por el viento,
imparables,
sentidas.
Cuando él me daba vueltas
en el agua abría los ojos
y a carcajadas me tragaba
signos de las montañas, agua,
besos de los bañistas, agua,
Madinat Al-Muluk,
agua
y agosto.
Por eso todavía crecen
dentro grafías del agrado.
Todavía no han muerto seres
muy rápidos, cuerpos de ansiosa
alegría.
Que no esté triste,
por favor, escamas, tocadlo,
que no esté triste
o callado.
Ad parnassum
Tendré doscientos años, ellos
serán de piedra.
Tendré doscientos años para
amarlos.
Él sonreirá
con una palabra burlona
y ella distinguirá en los gallos
al pez que baila.
Su policroma piedra dando
casa
brillo
ausencia
de
memoria.
Sólo sangre paternal, sangre
para el alcaén. Algún dios
la bebe.
Recuerdos de jardines
El trazo oscuro, un presagio
del temporal,
pero, ¿acaso no están nerviosas
las yemas del almez?
¿Y acaso en los guindos dormita
el lejano dulzor
rosado?
Un augurio de enfermedad,
un paso gris. Pero no vuelvo
la mirada ni al manantial
ni a los frutales concluidos.
Estar presente no me trae
peores
correspondencias.
Sólo que no se debilite
el aliento del día de hoy,
el que me vive,
que no venga un gusano hambriento
a malograr esta mañana
suntuosa.
Jardines del Sur
No repito el recuerdo.
El árbol
del paraíso es un perfume
mantenido en la lentitud
del pesimismo:
es un perfume que proviene
del cuidado,
de la delicadeza,
del color más próximo al eje
de la placidez.Paseamos entre el esmero
de los arriates.
Son los días
donde me digo: éste es el día
favorable para vivir;
donde me digo: la hermosura
de cada flor gira al momento
de quedarme cerca, subiendo
por el pasaje de Al-Yahud
hasta vosotros.
El almendro florece, baja
desde algún dios la perfección
y algo celeste, en el jardín,
algo, un aroma
situando un espacio, hallando
un centro.
Me impulsan, alzo
mis manos, descubro mi pecho,
me doy a las columnas de aire
ascendiendo, me impulsan, Ene
se llama Klee, se llama Klee
Eme A cuando ha conseguido
separarse de sus rodillas,
se llama Klee el hilo, la falta
de gravedad, la maravilla
que sólo yo conozco.
Mantengo un equilibrio, invento
conjuros,
cada poema lo es,
cada palabra está elevando
oro de espumas contra piedras,
margaritas carnales contra
el tiempo,
conjuros
para el alba de la ciudad,
para el joven volviendo sano
de un contagio,
conjuros
en el espanto de su madre,
en la ciudad y su aspereza.
Otra vez alta
para Eme A, para Ene, para
tu rojo y Klee:
sólo es mi gozo.
IL PIACERE
Allegro
“Dejaré de imaginar escenografías, de simular el cielo en los cartones” piensa Giovanni Antonio Canal en 1730 mientras camina por las calles una mañana de verano, cruza los puentes, observa a los gatos y levanta la mirada al cielo para contar las bandadas de palomas y cómo la luz se recorta nítida de sombra en una cúpula.
“¿Qué música recorren las nubes en este pentagrama alto que yo pueda hurtar? ¿Qué violines se esconden en la memoria de las nubes para caer al agua y balancearse en su propia complacencia que yo supiera transformar en perspectiva?”
En su camino llega sin prisa a la fachada del Ospedale della Pietà y escucha el allegro del Concierto para violín en Do mayor nº 6, su preferido, que las figlie di coro ensayan en el patio de la institución. “ ¿Qué propiedad tiene la música para volverse azul que yo alcanzara a mezclar en la paleta escasa?” Y recuerda su viaje, casi un niño era, a otra ciudad y su observación de los verdes del cielo en aquel promontorio urbano castellano y recuerda escuchar otra música dentro y ver a los vencejos, enloquecidos por el calor, buscar fantasmas de agua y a los fantasmas cruzar las esquinas y a un griego fabular, mucho después de muerto, los amarillos del cielo, sus verdes de aceituna morada, sus rojos de ciudad amurallada que sólo tiene la escapada hacia arriba.
Largo
“Dejo de pintar simulaciones y caprichos”, se dice Giovanni Antonio Canal, Canaletto para su paseo por el mediodía de Venecia.
En estas horas, hay una melancolía preciosa que sube y baja del cielo al agua, “una elegancia tan difícil de pincelar”, piensa. Los dedos finos de las nubes trazan signos en el papel celeste que Canaletto lamenta haber olvidado comprender. Son una apariencia de azar pero el exceso de la belleza se afina como hilos de vapor. “Así es el mediodía”, afirma.
Detiene su camino por descansar en la sombra y deja la cámara oscura a un lado. Cierra los ojos para memorizar la melodía del segundo movimiento del concierto de las niñas. Es la lentitud de la luz intentando llegar a la suave umbría de los arcos en un soportal, es la disputa exquisita entre la armonía de la sombra y la invención incesante de la luz en las fachadas. “Es el cimento de mi querido prete rosso”, vuelve a responderse a sí mismo. Y ahora recuerda tanta diferencia con el mediodía en esa otra ciudad donde la sequedad iba convirtiendo los volúmenes en espejismos y tal vez se salvara algún lugar protegido en un rincón de sus jardines. Murmura versos que allí leyó: hierba/ agradeciendo llover, verdeciendo,/ acaparando azul y olor. Y es la mirada de aquel otro pintor que pasó por Venecia. Y es la extremada quietud de aquellas siestas castellanas, y compara el pecho desnudo de los barqueros que charlan en el Canal con la otra piel allí, mojada de sudor del deseo ocultísimo, mojando las sábanas y la parte interna de los muslos. Un azul que se ciega en añil en la penumbra de los zaguanes.”Ese deseo, esa complicación dramática del cielo inabarcable por querer entrar en las alcobas me dejaba sin aliento”, reflexiona.
Allegro
Pintar el deleite de un cielo bergamota sutil sobre la torres de las islas. “Esto quiero”, se reafirma a sí mismo el caminante de las vedute. “Sí, el placer de las mejillas de las cortesanas cuando atardece bajo el agua y sobre el agua, fluir en un escarlata diluido y optimista”. La perfección del delicado movimiento alegre en las cuerdas de las niñas. “Vivaldi no habrá dicho misa, claro”, piensa Canaletto, sonriéndose, “pero esa música profana conoce a un dios”.
Nada es triste, se diría que las ratas buceadoras de los puentes han bebido de un hechizo y mueren. Nada es triste o profundo. Una envoltura de gozo en el cielo, un antifaz invisible para que la decadencia se recupere en su mármol quebradizo. “ Qué rosa es todo”, exclama, “qué azul de rosa a rojo veneciano… hasta las vetas del declive son rosadas…”
Y Canaletto se ha traído de aquella otra ciudad el único momento en el que deja de ser la escenografía de los fantasmas y se convierte en lo dorado. “Bajaba desde la altura de unos pueblos cercanos para tomar la entrada del Puente de San Martín y allí la vi, preciosa en su único oro rojizo tan lejos de la sangre. El cielo se teñía de esa tintura que el griego siempre intentó y cualquier temor se desvanecía. La ciudad volvía a estar habitada y un vino fresco y blanco humedecía los labios de sus mujeres”, parece decirnos el caminante. “ La amé mucho más que al lujo de los brocados de las faldas de seda de las damas de Venecia”.
Y se trajo ese placer que el sofoco del sol permite en la ciudad cuando va cayendo y en los estratos del cielo se superponen el perdón, el verde, la dulzura, el lila y el placer otra vez. Siempre, siempre el placer, música de fuego medida en pentagrama. Venus comienza a arder en la línea del horizonte.
“El único momento donde Il cimento dell'armonia e dell'invenzione consigue ser como niñas concertistas sin peso. Vivaldi debió adivinarlo cuando también visitó Toledo”, se dice Giovanni Antonio, “alguien vendrá e irá con su cámara oscura otra vez”.
Polifonía
Llega la niebla granulada
porque irá más despacio el filo
del frío. Quedaos en cama,
decidme, qué urgencia tenéis
carillas de papel
de seda)
En la ventana, con el peso
del miedo en uno de mis huesos,
en la ventana, presintiendo
el regreso, otra vez el cántico,
el modo que abarca la niebla
por repetirme las texturas
armoniosas,
hechas de primavera.
Mañana o pasado mañana
los niños estarán inquietos
y os contaré para reíros
que se han pintado de limón,
verdekiwi
y leche
sus rostros.
Y os contaré para reíros
que me preguntan por vosotros:
se extrañan
de su maestra y de sus padres
semejantes a seda.
Ínsula dulcamara
Con el fondo verdosoazul
de las algas cerca, acogiendo
cuerpos pequeños de caídas
y renuncias...
Hay vegetales breves, nidos
donde entibiar últimas formas
de la ternura, vegetales
menudos, casi alas de mirlos,
rizomas y su morada
gota
de acritud.
Hay una certidumbre silue-
teada que aún no lacera
pero está hundiéndose en la carne,
hoja de helecho comestible,
dulce don transitorio, dulce
repuesta.
Ven
a
la isla,
sostenme el tiempo, ellos se marchan
y no quiero, no, yo no quiero.
Altimetría
Desde niña alisé mis alas,
me preparé en vuestro refugio
y, con el aire de agosto entre
los perales y las colmenas,
me besaron,
tuve mi territorio,
me besaron, cacé.
Ahora, en otro recorrido,
cada cosa latiendo, estando
pausada en su silencio,
estando a punto de fisuras
de la helada,
todavía latiendo,
ahora,
separando en la extenuación
gestos de la melancolía,
distinguiendo intervalos nítidos
del declive,
ahí, en la altura, vuestra casa,
sobre los baños árabes,
en la misma altitud
que las cigüeñas de San Juan.