martes, abril 10, 2007

El libro de Zaynab. I´Dar Dunnuní. IX y X.


        © Ricardo Martín







Al contemplar no vi a otro amado
E. Paniagua



Añorando el agua soy el desierto
perdido en el desierto
que piensa en el estanque de una huerta;
soy un pueblo vacío de sus gentes,
con los aljibes mudos
y con las fuentes secas.

Añoro el agua que escapa sin penas al mar.
¡Ay, si mi casa fuera
el légamo del fondo en cualquier río!
Dormiría sin llanto,
sin presencia o razón,
alimento de los peces mi cuerpo,
compañía de norias que, en su ahínco,
suben las aguas y mi sangre blanca
a tu tranquilo baño
por volver a besarte en tus caderas
sin tú saberlo, mi señor amado.

Añoro el agua
para ser oscura, guardar el cofre
de valiosas monedas
o, tan clara, jugar entre las flores
que inclinan su belleza,
su calor en la siesta.

Agua seré y me perderé siempre.




        © Ricardo Martín

Cuando llegue la noche,ay, como tú llegabas,
blanca alevilla,
caminaré hasta el mar donde se abisma el mundo.

Escaparé de casa,
recorreré las calles que tú bien conocías,
con sigilo en mis pasos por si el chorta me escucha
y me obliga a volver.

Mientras tomo el camino
que lleva a Bab al-Qantara*,
oiré rumores
del roce de las rosas en la diáfana brisa
y aspiraré el aroma de los patios guardados.

No llegare a tu almunia
ni turbaré tu sueño tranquilo en tu jardín.

Porque me coseré
guijarros en las sedas:
Oh, mi vestido ornado con pesados diamantes
de fatal resplandor.

Así alhajada,
me mostrarán las aguas los rizos de ajomate,
un lecho de tibieza donde yo te amaré
hasta el final lejano
de los días.


* Puerta del Puente ( de Alcántara)

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