- © Matisse
Se convirtió mi espera en calcinada brasa.
No adiviné su sombra presurosa a mi lado,
no escuché ni un crujido de alerta en mi jardín.
Añoraron mis sábanas otro calor, el fuego.
Las estrellas callaron su ausencia inesperada,
las lágrimas ahogaron mi entrecortado aliento.
Temí si estaba enfermo, si se fue de viaje
a la ciudad del Sur.
Pregunté a los espíritus, al aire y a las rosas.
Y el alba acaeció como verdugo blanco
por segar mi esperanza con un filo de angustia,
encontrándome sola, con las manos abiertas,
igual que el pobre hambriento que yace en un rincón.
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- ¿Por qué no has regresado
a mi nido caliente?
¿Dónde estarás, paloma,
en la noche que crece?
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Cruzamos por Bab Al- Yayl*
después de atravesar
el zoco de las bestias,
donde mi yegua y yo nos encontramos.
Mi padre iba delante
abriendo paso con porte solemne,
mis hermosos hermanos,
prometedoras yemas.
Me cubría con velo, iba tan triste...
Quise ocultar mi rostro a las miradas,
el blanco pétalo, en mi cara, enfermo.
La esperanza de hallarle entre los nobles
invitados del rey,
mirarle y preguntarle sin palabras
la razón de esta herida,
el porqué de esta muerte hacia mi pecho.
Los sublimes palacios
eran soles derramando hasta el río
sus vasijas de gusto en los colores,
y a mi derecha: erguida fortaleza,
orgullo de la plaza señalada.
Ay, si mi corazón
hubiera tal muralla
que no dejase nunca penetrar
al amado enemigo y su veneno.
*Puerta de los Caballos
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