
Eté Indien,Prima Iubire
Roberto de Brasov
Habitantes
Para la soledad
de la tarde
demasiado agraviada
de recuerdos,
hay ventanas abiertas, edificios pasivos
que reflejan sonidos,
golpes de puertas, gatos
irascibles
arañando en el polvo desde las escaleras
de madera.
Hay ventanas abiertas después de algún incendio,
después de una mudanza
que abandona
tendederos de ropa, triturados cristales
y, en tal desatención,
el viento penetrando,
aplastando las últimas presencias.
Pero no todo pierde
su abrigo aliento y quiebra
de abdicación sus muros.
No todo se resigna
a estar vacío, a desmoronarse en la desola-
ción del abatimiento.
Para la soledad
de la tarde
no del todo arrasada
o fantasmal o calles
de Pompeya,
hay ventanas,
ventanas con palomas
que anidan en los huecos
de las habitaciones orientadas a ruinas;
hay palomas mintiendo
por un ir y venir, por un entrar, salir
y estarse quietas
atusando sus plumas
en los alféizares.
Tú las oyes hablar:
son las sacerdotisas que alimentan el fuego
del barrio, que repiten
los secretos vulgares
de la aflicción.
Vecinas que reparten
cotidianas costumbres
desde el abrir, cerrarse de las puertas al aire
que molesta a los gatos,
que esconde una alegría
de polvo pequeñísima.
Palomas
de la ciudad no muerta del todo, no vencida
en la comodidad
de la ceniza.
Para la soledad
de la tarde que engaña,
que aparenta
una ciudad museo, una grata reliquia
de la muerte, palomas
que no saben callarse, que se cuentan tu amor
como esa cosa viva
de la muerte,
como esa vieja cosa salvando a las ciudades
de la muerte.