jueves, marzo 08, 2007

LA MÚSICA DEL FUEGO XX
























Mi homenaje a Brancusi y sus pájaros maravillosos y a sus otros pájaros en el espacio que son peces alcanzando el vuelo. La musa dormida me visitará en su sueño más adelante.

El último poema del libro
La música del fuego.





El músico Pat Metheny me ha acompañado mucho, siempre y, en varias ocasiones, sus creaciones han sido el fondo cromático, no sólo sonoro, de mis palabras. No he encontrado el tema que da título a este poema, una de las piezas de su bella obra Secret Story, pero la que he puesto es estupenda igualmente. Para otro momento contar mi asombro al hallar este tema en el disco y mi posterior encuentro surrealista con el propio músico en una noche de verano...








ANTONIA
(Pat Metheny)

Sobre el amanecer camboyano, una lamparilla,
dindones religiosos de metales.

El arroz,
el arroz mítico tiene la consistencia verde
de una estrella bañada con la lentitud del júbilo
porque las palabras que Ella atesora se recogen
en una afirmación de sí, en una lamparilla
ladinamente diminuta, aunque tenaz, jugando.

Por otro nombre, caballo que galopa.

Apodada:
“mañana de crin rizándose alrededor del día,
alegre reloj que besa tus párpados”.

Sostiene
el secreto de una soledad que baila, no cesa
de moverse en torno a tu tristeza y sería bueno
que supieras leer los signos que hace con sus manos
para saber dónde está contado el deseo, dónde
se guarda la escritura poderosa del deseo.

El mediodía existe en el oeste cuando Ella oye
un aleteo que se camufla como espejismo.
Despliega sus alas, es enorme, rodea nidos,
habla con las cigüeñas de París y con las tímidas
gárgolas que sólo beben si el incienso les sube
el caramelo blanco de las promesas.

Se posa
en el alféizar de tu ventana y observa inmóvil
tu gesto al hojear el aburridísimo tomo
de la erre de renuncia, de rutina, de residuos
que el miedo amontona en lo negro que debes firmar.
De pronto, golpe de viento o Ella, que se impacienta,
te desordena, te interrumpe.

¿Acaso no recuerdas
que Ella te dijo que vendría y nada de ti, nada
doloroso, oscuro de ti sería su enemigo?

Pero prefiere el pentagrama de la tarde, el tramo
que separa de la melancolía a los maestros;
saben que hay una cierta muerte en cada tarde, un vaso
de vino de cansancio.
Es ese el sonido que busca,
una luz pajiza, luz de la lección de guitarra
en el jardín:

Lo mejor de noviembre.

Ella regresa
a la lentitud del júbilo, a la música que abre
tus manos porque son iguales que su soledad
y estar conmigo, amor, se vuelve compañía de astros,
amistad de planetas que si anochece relatan
la historia de cuando Ella te miró y tú la miraste
porque ya estaba escrito desde antiguo.

El caballo de la noche pasta añil de deseo.
El arrozal la viste con su piel.

Ella se llama lamparilla de un dios que no duerme,
alevilla de corazón que insiste con la llama.
Sueña que tu hombro acoge sus pequeñas alas blancas.
Sueña que tú la sueñas quemándose.

Y Ella se ríe.


3 comentarios:

yole dijo...

Pájaros y peces...
en dos elementos
se hacen vuelo.

Besos voladores.

Anónimo dijo...

Hace años un chatero me regaló está canción de Metheny y un nik con motivo de una noche de eclipse. Hace años que no hablo con él y no supe nada más. No hablamos muchas veces, pero era un buen contertulio. Y seguro magnifica persona. Hoy, me lo has recordado al escucharla.
Y es que todos tus post son varios regalos como cajitas llenas de piedras preciosas.

Anónimo dijo...

seguiré leyéndote aunque me apartes de tí. Siempre.

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