
(*) María Cristina Fresca
CON SU TUPIDA CAPA DE ABANDONO
Hay palabras que nunca se sosiegan,
que ni siquiera van redondeando
sus aristas.
Son como columnas de obsidiana:
lejanas de la lluvia,
de los adolescentes
que prefieren inventar un lenguaje.
Reúnen tanto acero en su tejido
que el paciente crisol del corazón
no las vacía;
se quedan en el fondo
brillando sin piedad
después de evaporarse la ternura.
Han resistido, impávidas, al hielo,
fueron temidas en el paladar
de la venganza;
hasta los marineros
maldicen su dibujo
y los imagineros las ocultan
en la espalda invisible de los mártires.
Y como son eternas
se transparentan sobre el desencanto
y acaban devorando ese silencio
que suaviza la angustia
con su tupida capa de abandono.