Con un collar de dulcamara alejo
a la bruja que quiere atormentarme.
Sus uñas manosean el veneno
del recuerdo.
Niña del equinoccio de las flautas
hechas de ortiga blanca;
se detiene
la ardilla para oírme en el acopio,
se asoman los tritones de saliva
ruidosa.
No soy feliz
ni aquejada de un ruido de tristeza.
Una puerilidad de poco acero
me iguala a lo que bailan los vilanos.
En esta pequeñez donde resido
la bruja se ha cansado del veneno.
Cada caricia mía pone música