Ondine
Llegas del agua cuando no flota ningún hilo o filo del
recuerdo.
Podrías tener bien escondida tu piel de nutria y fueran tus
hijos el aire riente, el aire ligero que abre las puertas de las alcobas, que
no conoce el peso de un cuerpo con los años.
Podrías haber sido la herencia contada por tu madre, caderas
anchas, cojines mullidos. O mirar para
otro lado. Nadar consistía en no alejarte de una dulzura.
En el fondo del río hormiguean pequeños arquitectos de
olvido. Huecos de luz suplen a los cambios y a la debilidad de los brazos.
Patinan insectos de un instante en siembras de verdín.
¿Qué tiempo hay? Ninguno. ¿Quién escribe en el agua? Tan sólo Keats refiere el gesto de la Alegría diciendo adiós.
Vira a las adelfas de la orilla, gira al pelo tupido,
alisado por la caricia de los buceos.
Sumérgete.
No regresas al cieno de turbios sedimentos sino a las sorpresas.
Las nutrias maduras, avezadas en la renuncia, conocen
ciertos propicios pececillos y saben ser ambiciosas con los regalos más
imperceptibles.