Formas de colores I,
II y III. Macke
I
Ofreces el sueño primitivo,
helechos gigantes desenroscándose
alrededor de
nunca te tocaré,
pero ella no era de esperar
a la puerta de su casa;
su confianza es corta, su paciencia,
¿no ves?
vive en la dimensión de un anillo
y de nada sirve : te guardaré
en el corazón
o
no te olvidaré. Ya estáis perdiendo
la memoria mirando a la Luna.
Aunque tu luna
no es su Luna.
En su fondo blanco,
manchas de trigo, verdes, rojizas,
se superponen como se rozan
un deseo con otro.
Y ni el mismo espejismo lunar
platea vuestro rostro.
Los jinetes azules se cansan,
se les caen los pétalos
y sus semillas vuelan a alféizares
desde donde el hombre frío
mira la sombra de la mujer
en llamas,
pero no se acerca,
no mira,
está ciego en sí mismo.
Moriremos.
Es una lástima que dejemos
sin hierba a los caballos.
Nos hubiéramos citado
en cualquier ciudad coloreada
y, en sus escaleras,
habríamos leído los pasos
de luchadores
imposibles
amándose.
Los jinetes nos lancearían
y de sus rasgaduras
surgiría un dios,
un mundo aparte.
III
Redondea tus años, suaviza
aristas naciendo de tu carne.
-Dime, hombre frío,
¿qué son las palabras sino imágenes,
simulaciones
de ese animal magnífico
y ahogado?-
Sí, tornea los surcos del daño
y la imprecisión te lleve a formas
abiertas, no de sajas precisas,
sino espirales empujadoras
a una nave estelar,
a una falta de víctimas,
a una respiración habitada
por el perfume de viejos pinos
y el olor de un vino púrpura.
Redondea tus años,
hazte igual que una cúpula;
es curva la luz de la mañana
en sus facetas,
una música que nada afirma,
solamente es un caballo libre.
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