El tigre. Marc
Es el pausado
movimiento
volviendo la cabeza
volviendo la cabeza
hacia ti;
quizá serías invisible
o mira más allá
de tu presencia.
Pero no;
su quietud engañosa indica
que aplacó su apetito
y, discreto bajo la umbría,
deja pasar la siesta acicalán_
dose.
Cada día domina,
se alimenta de ti,
y te prefiere viva, inerme
ante su salto formidable;
si oliera que estás muerta
la sombra de su rastro polvo
haría de tus huesos, polvo
de su implacable olvido
te cubriría.
Pero no;
él prefiere que seas algo:
una certeza dolorida
de haberte descuidado
en el azar de la ternura,
un cuerpo que se va arrugando
para cederle espacio
a esas niñas del parque
con salvaje ignorancia
protegidas.
Siendo muerta
no te acariciaría
con sus zarpas,
ni comería de tus cosas,
ni te robaría
el don de la impaciencia.
Siendo muerta,
siendo nada porque no cree
en fantasmas.
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