I Los rostros
Si me nacen crías de gato
en el cobijo del alféizar
pensaré en la melancolía
que pule estas arcillas donde
me reflejo:
breves bolitas
todavía ciegas, ajenas,
pura necesidad, tiránicas
demandadoras del instinto.
No da tiempo a imaginar gestos
distantes, apesadumbrados
y con un cierto misterio bello
en el trazo de su mirada.
Los rostros. Las renuncias.
Oigo
el pequeñísimo gemido;
es tan rotundo que podría
agrietar los diques del mar
de la tristeza y todo en sal
se alzara,
y nada el pensamiento,
nada sentir,
sólo Zoé,
y sólo sola.
Si me nacen crías de gato
en el cobijo del alféizar
pensaré en la melancolía
que pule estas arcillas donde
me reflejo:
breves bolitas
todavía ciegas, ajenas,
pura necesidad, tiránicas
demandadoras del instinto.
No da tiempo a imaginar gestos
distantes, apesadumbrados
y con un cierto misterio bello
en el trazo de su mirada.
Los rostros. Las renuncias.
Oigo
el pequeñísimo gemido;
es tan rotundo que podría
agrietar los diques del mar
de la tristeza y todo en sal
se alzara,
y nada el pensamiento,
nada sentir,
sólo Zoé,
y sólo sola.
5 comentarios:
Sólo vida. Bello poema.
No he podido resistirme a “rebañar” cada imagen. He llegado hambrienta de tus poemas y de su regusto exquisito, matizado, poderoso… admiro la facilidad con la que deslizas cada palabra sin producir sensaciones de acción, sólo puro movimiento, suspendido capturado, impecable…
Y que equilibrada la sobriedad de los trazos y la dulzura resignada en los rasgos de esa (¿madonna?). Gracias a los dos. Es un placer.
Un besín
Volver es también volver a tu jardín. Bello poema, poeta :¬)
La mirada del auriga me ha traído hacia ti. Ahora yo te llevo hacia mis complicidades...
Carlos
Carlos, el niño perdido y hallado en el templo... de la poesía... para bien... por los siglos de los siglos... Dixit.-
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