Texturas (o Henry Moore )
I
Piedra que levantara el viento,
que dejara al viento indagar
en lo poroso. Este es mi cuerpo
reclinado Moore. Tú me hablas;
antes de refinar el mármol
hay deseos que habitan carne,
entran en las fisuras, huelen
en la pelvis, es la intrusión
que permanece cuando pule
el viento.
No estoy cansada,
háblame. Me apoyo en el brazo
poco precavida y retiro mi pelo
con el otro.
Háblame, es el viento que quiere
mi cuerpo, ¿no lo ves?, escucha.
II
En una concha vertical,
abrazadora, el ojo
del pájaro anidando es aire,
para qué meditar,
sólo inminencia tan nerviosa
del vuelo.
Por un instante el nido cubre
secretos;
el pájaro saca con el pico
el día de ignorar la muerte,
el día de entregarse a ser
existencia.
En algún lado de lo cóncavo
la señal
del pico de sus padres tiene
un leve recuerdo sin lágrimas.
Son aire respirado.
Se aman así casi cien años.
¿No te asombra cómo desoyen
también a la muerte?
III (Dibujo de niña leyendo a madre e hijo (1946)
Ante la luz de la ventana
soy la niña leyendo, reco-
nozco a la madre, a ese bebé
que la contempla enamorado.
Ella escucha mi voz,
la voz margarita de nuestra
madre.
Crecen cabezas de marchados
queriendo oír.
Leer enlentece la tarde,
leer en alto; el niño busca
con la mano el pecho blanquísimo,
abre bien los ojos, le queda
tiempo para el cansancio.
Sé que mi voz reúne; ven
de la tierra,
antiguamente un muerto
alimentaba. Ven ahora,
cuerpo reconstruido, cuerpo
oyente.
Y sé que mi voz nos recuerda
al fino gesto de encantar
a las serpientes del misterio.
Tú ya lo juegas con tu hijo.
I
Piedra que levantara el viento,
que dejara al viento indagar
en lo poroso. Este es mi cuerpo
reclinado Moore. Tú me hablas;
antes de refinar el mármol
hay deseos que habitan carne,
entran en las fisuras, huelen
en la pelvis, es la intrusión
que permanece cuando pule
el viento.
No estoy cansada,
háblame. Me apoyo en el brazo
poco precavida y retiro mi pelo
con el otro.
Háblame, es el viento que quiere
mi cuerpo, ¿no lo ves?, escucha.
II
En una concha vertical,
abrazadora, el ojo
del pájaro anidando es aire,
para qué meditar,
sólo inminencia tan nerviosa
del vuelo.
Por un instante el nido cubre
secretos;
el pájaro saca con el pico
el día de ignorar la muerte,
el día de entregarse a ser
existencia.
En algún lado de lo cóncavo
la señal
del pico de sus padres tiene
un leve recuerdo sin lágrimas.
Son aire respirado.
Se aman así casi cien años.
¿No te asombra cómo desoyen
también a la muerte?
III (Dibujo de niña leyendo a madre e hijo (1946)
Ante la luz de la ventana
soy la niña leyendo, reco-
nozco a la madre, a ese bebé
que la contempla enamorado.
Ella escucha mi voz,
la voz margarita de nuestra
madre.
Crecen cabezas de marchados
queriendo oír.
Leer enlentece la tarde,
leer en alto; el niño busca
con la mano el pecho blanquísimo,
abre bien los ojos, le queda
tiempo para el cansancio.
Sé que mi voz reúne; ven
de la tierra,
antiguamente un muerto
alimentaba. Ven ahora,
cuerpo reconstruido, cuerpo
oyente.
Y sé que mi voz nos recuerda
al fino gesto de encantar
a las serpientes del misterio.
Tú ya lo juegas con tu hijo.
Meravigliosa creatura. - Gianna Nannini
1 comentario:
;)
acabo de recordar que debo pasar por tu nueva "casa"
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