Roza la timidez de los galápagos, puntas de huesos pulidos en el curso y la nutria construye un laberinto, y el barbo, y la culebra...
El río, con el nombre de espada de dos filos, busca el temple del tiempo en las ciudades, corre hacia las leyendas de la infidelidad, de ser un cuerpo acariciante, fértil.
Viene de las montañas con sortijas de dioses cuyo pelo sólo rescatan los tritones para adornar su casa; viene riéndose porque me debe aún el viejo ciervo un trago de su boca.
Oro de los guijarros, limo que no ha paladeado azúcar de ocasiones perdidas, de jardines donde fue doloroso despedirse.
Todavía no es tiempo, todavía mujer anfibia, espada que recorre las puestas de las moscas.
Me quedaré en su orilla todo lo que respire, lo que pueda repetir en libélulas.
Un movimiento su brazo trasparente, algo que nunca cesa, no se deja medir.