viernes, septiembre 19, 2008

XXVII Poemas en Hermes (Revista nº 10)

FRANCISCO APARICIO


    Cuento


    I


    La princesa
    nació durante el tiempo de la caza,
    cuando los crisantemos equivocan su orgullo.

    Nació porque el azar es una incomprensible criatura
    que nunca se confía.

    Sus padres eligieron, para su nombre, nombres
    del oro y minerales
    que sueñan los esclavos del descanso.

    - Te llamaré la aurora y su promesa,
    dijo su madre.
    - De acero, de jubilosas conquistas,
    dijo su padre.
    Y levantó su mínimo cuerpecito a la luz.

    Y hubo una sola fiesta de cariño;
    engalanada plaza de reyes y de lluvia
    para que no faltara ni el trigo ni la leche
    ni el algodón en los cuerpos hambrientos.

    Vinieron los espíritus
    que regalan la suerte y su moneda.
    Señales en las nubes, águilas positivas,
    y tres encantadoras como si tres virtudes
    pudieran convencernos, bailar como tres gracias.

    El sol en la colina del laurel.
    El aire igual que el mar.
    Y nada que contenga una palabra oscura,
    ningún presentimiento
    ni ninguna mentira.


    II


    Pero anduvo la Luna la noche, acechadora.
    La Luna o la mujer o La muerte en los ojos
    o Diana cazadora sorprendida.

    No recibió un presente de rosas confituras
    ni contestó al mensaje que nunca fue enviado.

    ¿Qué insalubre lesión es el desprecio?
    ¿Qué venganza responde al desatento olvido?

    Llegó cuando la fiesta era confiada,
    cuando se presentían nomeolvides azules,
    cuando se piensa en bodas y en regalos.

    Y enmudecieron todos,
    la lluvia,
    los guerreros,
    las arañas de luz.

    - Serás Indiferencia,
    te llamaré el ingrato
    dolor de los que pierden la alegría,
    te quedarás despierta
    llamándote Penumbra -,
    gritó al desvanecerse la Luna sobre el agua.

    Nadie supo romper la maldición
    de la melancolía.
    No se la vio crecer a la hija del deseo.
    Y nadie entró en el bosque
    ni derribó el castillo de maleza.

    Pisoteó el rebaño de elefantes
    la tienda hecha de día
    y la princesa tuvo
    su momento vulgar de desatino.

4 comentarios:

Jose Antonio G. Villarrubia dijo...

Precioso el cuento y la escultura de mi maestro Paco.
Un beso.

Anónimo dijo...

Bella y con un destino durmiente...
Me gusta, mucho

Un besín

almena dijo...

Me pregunto... ¿cómo puede Ogigia sorprenderme así en cada poema?

:)

Besos muchos, guapaaaa

Anónimo dijo...

A las duras y las maduras, así como reza el refrán, que la vida tiene siempre tiene dos caras y no por ser princesa y desear todo lo que no es luna habría de llegarle mejor recompensa. Todo es herida cuando no hay cura. En eso consisten la inmortalidad y sus efectos.

Me ha gustado demasiado, un beso, Ogi.

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