sábado, abril 26, 2008

Entra el viento de olor ciruela...XVIII







      Zorah en la terraza




      Si habláramos de sumisión
      los peces dorados, absortos
      en su planeta de cristal,
      volarían
      de puro metal si la luz
      los incitara a la conjura.

      A la sombra de un sol que aloca
      hasta la muerte siento
      una breve separación,
      como descanso en la miseria
      o replegarse el hambre.

      Y en ese rincón,
      que de tanto trasluz
      casi es remanso,
      la dignidad de lo pequeño
      -tú, mirándome reposada,
      tú, surgida de los umbrales
      del agua- no pierde ni un ápice
      de su oro.

      Ahí quiero quedarme
      incluso muda.

5 comentarios:

almena dijo...

Y muda yo leyéndote, querida Ogi.
Porque escribes tan bello que... ¡qué decir!???

Que tengas un domingo feliz.
Besos

Anónimo dijo...

Precioso, como dice Almena, para enmudecer...

Un besín

Cristina García Desplat dijo...

Tu poema es el remanso donde la dignidad de lo pequeño no pierde ni un ápice de su oro. Un poema precioso. Alimenta el alma.

Inma BabiaS dijo...

muda, no, poeta, que no puedes - y es una suerte- ;)
BabiaS

Anónimo dijo...

Todo en el detalle es luz de primeros auxilios. A veces, hay un todo nombrable, se le conoce por esos pequeños destellos del sol o también por el aburrido halo blanco que rodea todo lo que resulta maravilloso. Todo puede estar en un instante, ya es difícil verlo, ni te cuento pintarlo, locura casi para quien quiere ponerlo en palabras.

Un beso, Ogi.

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Jardí­n al mar 1605 Blog de poesí­a y otros textos Ogigia María Antonia Ricas
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