El último poema de Fantasmas y cálamos.
Una vez más, para despedir a la ligereza del bambú, a la punta de la pluma que escribe una palabra, la primera palabra de un mundo, para el huesecillo ligero, lleno de aire, apenas con peso,de un ave pequeña... Pat Metheny.

Arundinaria
Cálamos
como tallos que sostienen mis plumas
y me sonrío tanto cuando puedo
transformar mi pesadez en albatros.
Cálamos
alineados que esperan un bosque
donde las criaturas que tuvieron
su templo, su sacrificio y su olvido
me preguntan delgadas de perfil;
les digo que ese bosque será siempre
verdiazulado.
(Un pigmento con el que cubriría
fértil mi blanca soledad gozosa)
Cálamos con nudos,
muy poco chinos, Duino, voladores,
cada uno
con su amor imposible,
cada uno
con una savia tenue
y escondida en la apariencia leñosa
de su cimbreo.
Cuando vaya a morir floreceré,
entre tanto los afilo y a veces
un puntiagudo punto es mi adversario
y tres gotas de mi sangre se vierten
sobre el papel: una que va a tus cejas,
otra por si te pierdo o te equivoco
y, la tercera,
mi corazón que por costumbre suele
dedicarse
al hombre
más verdiazulado.
Cuánto han crecido las niñas que tienen
en sus manos las copas del veneno.
Florecerán.
Luego el viento las llevará sin pánico
y silbará en sus huesos una antigua
promesa.
Cuando vaya a morir floreceré.
En una isla mi raíz aguarda
a emerger de una diosa que sonríe
insensata.
Elegirá las plumas
por que el olvido pueda rescatarme.
Y, Duino,
tú estarás para verlo.