Cuando Isabel Vera me invitó, hace ya tiempo, a visitar su estudio en una pequeña localidad cercana a la ciudad no me pude resistir. Entrar en el taller de un pintor es algo casi sagrado; se percibe el proceso, con ojo avizor y atención (apasionada por mi parte), se presiente el aire que crea y, sobre todo, se huele el trance, el silencio creador...ah, ese momento donde todo da igual y las despedidas son meros títulos de poemas o de pinturas, y las promesas para que el olvido no hiera son sólo un juego...
Fui a esa localidad una tarde de otoño y tuve que esperar en la plaza a que Isabel llegara para conducirme a su espacio, porque éste se situaba a las afueras. Era en una finca enorme; los Montes de Toledo azuleaban próximos y el blanco que conformaba el núcleo urbanizado de esa extensión daba un aire tranquilo y bello al paisaje. Nos bajamos de los coches y hablamos del trabajo que daba la finca y el de su pintura; Isabel estaba contenta porque había finalizado la tarea para la inminente exposición, y la conversación transcurría con la luz del atardecer y la serenidad. A lo lejos se divisaban, en una pradera, varios caballos. De pronto ( sé que fue cuando descubrieron a Isabel), los animales levantaron la cabeza y comenzaron una carrera hacia nosotras. Estaban lejos pero ver cómo se acercaban fue algo tremendo: seis u ocho caballos aproximándose, cada vez más enormes, el sonido de sus cascos, gigantescos...ah...Yo me acerqué a la pintora y me "pegué" a su brazo casi paralizada por la impresión...Y es imposble contar cómo pasaron ante nosotras, Isabel reía, los saludaba... casi nos rozaron... tan fuertes, tan potentes... el olor, la energía...
El poema que sigue apareció en el catálogo de aquella exposición.
Domina Curatrix Animae
Mezclar con la madera la materia
de sangre mineral y sin embargo
viva;
estratos femeninos enterrados
que conservan aún el agua, el viaje.
Y sacar de ese barro las señales
de algo que estaba ahí, que todavía
está:
criaturas reptando,descubriéndose,
indicios de la Diosa despertando.
Cuando emerge su boca, cuando vuelve
la Diosa a convertirse en carne y rueda,
y no deja tranquila la mirada
y no permite el cuero del olvido,
es que hay una mujer
amando a los caballos,
torneando vasijas oferentes
bajo un cielo amarillo que presagia
Visitas desde lejos,
desde aquellos lugares
fenicios y marinos.
Es que hay una mujer
descifrando los rastros en la tierra.
Yo la he visto leerlos con las manos,
excavar hasta herirse,
hasta encontrar el fuego.
Estuvieron las yeguas inquietándose
y regresó en la noche la memoria.
7 comentarios:
Mi hermano se contagió de mi afición a la pintura, hasta el punto de que estudió Bellas Artes. Después, claro está, el discípulo pasó a ser maestro y me enseñó a mezclar colores como tú entrelazas las palabras.
Nunca conseguiré hacerlo como lo haceis vosotros, por eso os admiro tanto.
Un beso
"descifrando rastros" " excavar hasta herirse, hasta encontrar el fuego". Encontrar no. Es y eres [...y quien no lo sea, que a hielo muera -con las máscaras puestas- ;)]
Un placer leerte, me toca repetirme, lo demás va por las burbujas que tampoco necesitamos - también somos burbujas-
Estos nuevos poemas... fantásticos. Huelen a maderas nobles.
Un saludo.
Lisola.
ay, ay, me dejas sin palabras, Poetaza.
Un beso grandeeeeeeeeee
Pienso que tu visita a casa de la pintora fue toda una experiencia y el momento en que los caballos se acercaron corriendo debió de ser para no olvidarlo.
Un abrazo
Niña, aunque me repita, qué belleza.
Un beso
Jade
Ofrendas de tierra y adobe sofocado... precioso el trabajo de Isabel Vera.Tus versos galopan con la misma fascinación del viento por los caballos.
Un besín
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