viernes, diciembre 08, 2006

V. Woolf (II)



VIRGINIA WOOLF SE SENTÓ EN MI SILLÓN ESE DÍA


Fuera de la casa, en los aserraderos de la hierba, las cigarras caídas se buscaban para amarse aunque toda la ciudad fuese un horno donde un dios vengativo cuece deseos de haber sido un hombre.

Fuera de la casa brillaban los patios con abanicos detenidos entre las uvas verdes, radiantes de veneno. Luego cambian al jade de las lenguas que aseguran no olvidarme jamás.

Algo sencillo y sombra era un silencio de siesta bajo el pie del mediodía; es un silencio el trigo de mi mesa, montoncitos de tiempo granulado que agrupo sin anillos con un dedo de tinta.

Algo más blanco aún que las paredes pintadas de pereza y mujer sola que escribe sobre el lomo de su gato dormido hasta el calor, en el telar del viajero del mar.

Tengo una carta lista para el vuelo de la muerte, una palabra blanca aprovechando el instante de estar sentada, fina, ligera cuando el peso sofocante se abate hacia los cuerpos consentidos.

Seguro que no duermo; en el silencio se ha vertido el matraz de una hechicera. No hay viento de sudor y no hay campanas, ni avisos que aconsejen desoír este silencio mágico poblando mi casa o mi cabeza con su ruido.

Alguien con g que inicia un paseo que lleva a las marismas, un trayecto del río que reúne la gravedad de piedras de suicidio en los bolsillos y habla con Ofelia porque marzo termina con las vidas cansadas; una figura de humo que se viste con flores de raíz, hija del limo, mirando, pensativa, un lado oculto, robada del momento en que recibe, sentada en mi sillón, a sus fantasmas.

Veo transparentarse su sombrero, su invisible perfil tomar la forma de una dama delgada que adivina su imposible visita en mi verano.

Supe que no fue herida por el agua.

Le dio la luz, la vi mirar distante decidiendo si caminaba a Rodmell a las cinco o si tomaba el té conmigo, ahora.

Tocó mi corazón con su postura.

Aceleró mi pulso, trajo el tiempo. Después se disolvió dejando un hilo de olor a mujer pez de una isla griega.

Después sopló la tarde en mi cosecha de trigo.

En los aserraderos de la hierba los niños sin restar desordenaron el silencio, la tinta, el bebedizo.

El horno apaciguaba su cochura y un borde de abanicos sesgó el aire.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

¿A Virginia la lees en la edición de Alianza? Un beso de tu compañero de colección,
de
Amor

Lisola dijo...

Por fin , lo he conseguido, no sin imuchas dificultades y aunque ya te dije que el poema y Virginia es es magnifico, te lo dejo aquí y ahora.

(A mi me visitó lord byron, o de agún otro romántico, parece) y me ha dejado descolocada y dolorida...

Un saludo.

Lisola.

Briseida dijo...

Cómo disfruto leyéndote, querida Ogi.

Un beso!

Leodegundia dijo...

Una escena maravillosamente contada, se siente el calor y el silencio roto por los niños.
Muy bueno, un abrazo.

Anónimo dijo...

A veces, por la tarde, yo también te sueño..

Anónimo dijo...

Intuyo paisajes de invierno próximos. No quisiera que fuese premonitorio ese futuro. La lluvia ha cesado y los caracoles asoman al son del campanario.

A veces, tambien por la tarde, en una selva de cielos rojos poblada de nubes filósofas, me suelo hacer preguntas acerca de tí..

¿En tus intensos viajes no aparece nunca la lokura? ¿No sientes ganas de estrangular al destructor de los paisajes? ¿A quienes nos inculcan el pánico-consumo, a los que inyectan venenos de colores?

Anónimo dijo...

No podrás dormir... no duermas nunca,poeta, para que el rumor herido por el agua,jamás se desvanezca.
Gracias, !es tan reconfortante tu presencia !

Un abrazo

Susy dijo...

Si, le acarició el agua, ella fué en busqueda de su abrazo y se entregó entera.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

He pasado tiempo leyendo tu blogs, y me encanta como pintas emociones con un multicolor arcoiris, como dibujas sensaciones...la fauna que te acompaña...como siembras con ternura...en fin, me alegra haberte descubierto...mi ósculo para tí.
Olimpia.

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