Pero otros pájaros afilados cruzan la puerta del puente, pasan rasantes por debajo del arco, sobre mi cabeza, me desafían a seguirlos en la cacería, en la revuelta, para esquivar a la zorra camuflada que luego será fuego desengañador.
Es el momento de todas mis cuerdas afinándose, el intervalo de vuelo que separa carencias del súbito placer sólo por volar, solo viento animal, carnívoro con alas, viento en verano.
Sí, es el momento de cautivar a las palomas.
Música de Mozart Camargo Guarnieri Poema con mismo título que la pintura
Quiero asomarme y que mis hombros se despejen de la tristeza.
Entra el viento de olor ciruela agitador de los balandros,
empuja la plata a los rielos y desanuda cuerdas para la tarde convertida en pulpo.
Entra ese viento casi un hombre y por qué regala petunias y geranios cuando perfuma con sal, con escama, acaloradamente.
Quiero que me vacíe, me despeje lóbulos, alise membranas mías, no me deje pensar.
Es el momento de las telas coloreadas, el reflejo del incesante movimiento.
Es el cristal de la ventana: doble tarde, doble esplendor, distante muerte.
Música: Ernesto Nazareth El título de la pintura no lleva fecha,creo recordar, pero como Matisse nombró varias de sus pinturas del mismo modo, La ventana, he añadido el año en el que el autor fechó la obra que vemos.
En la bacanal de los brazos hay un instinto que desdeña la habilidad de la pureza.
Comienza una polifonía de ciervas listas para el salto; se fuerza la torsión de las cinturas, se levantan las piernas, se revela el sexo, la redondez, las pantorrillas, el sudor que deshaga las trenzas, que desmaquille los gemidos.
Dadme, mujeres, dadme de ese bocado, dadme la música que hierve, el jugo del placer del instante: el héroe de la razón está perdido.
Ha estado la mañana excitada con las ansias de los vencejos.
El cielo era la parte oculta de una enorme concha: su molusco latía, tantos pájaros picando en la madreperla para una fiesta.
Ha estado el árbol intentando parecerse a la nube o parecerse al ábrego que hurta cinabrio del bochorno,
el árbol hablador cerca de la ventana, persiguiendo a las muchachas casi desnudas.
Ese día mantuvo una tupida consistencia de cariño:
aún puedo tocar sus paredes y verme sin rostro, verte a ti sin rostro, dos siluetas en la felicidad de algo que no se dicen pero está ahí, calmado y cómplice,
dos figuras apenas precisadas dando un sentido a la sangre, un motivo para existir a la existencia,
tú y yo, leyendo, o cualquier cosa…Susurramos bajito, me adivinas qué pienso, te observo, sonreímos… ¡me envidian los hijos de los pájaros!
¿No te parece inútil esconderse de la muerte que acude, anaranjada y rosa, con la primavera?
¿Y si de un día para otro sobreviene, salvaje con sus flores, la enfermedad de los abandonados, y sube como hiedra a la ventana y nos despoja de nuestra promesa elefanta a largas pesadumbres?
Sí, estoy cansada de parecerme a la alegría de Keats, le respondí.
En ese momento cruzó mi brazo la ráfaga del martín pescador, esa fiereza que amo tanto.
(Música: Claro de luna. Debussy El poema lleva el mismo título que la pintura de Matisse)