Todo se resume en ser mirada: los nombres, tenaces atavíos, amores de palabras nocturnas -esos amores equivocados con peligrosas palabras dulces-, jornadas sucediéndose iguales para que no se rompa una ciega ilusión de lo eterno.
En ser mirada, en ser rescatada sin asegurarme la alegría; ser mirada, ser escogida de entre la indistinción, de entre mezclas fugaces…
Porque los dioses, cuando me miran, no se están obligando, no juran dádivas, no me ofrecen confianzas.
A la sombra. Un modo especial de la espera, de la lectura, de la conversación.
A la sombra el aire regala un tacto que los adversarios, esos guerreros de canícula, no aciertan a hendir con sus armas.
Una demora, un estar tácitos de acuerdo con el mediodía. Una demora porque todo es prescindible, porque nada salvo medir lo vivo como un hurtarlo a la muerte, puede molestar.
Tal vez abanicarse, espantar con la mano moscas que conocen del tiempo más que nosotros.
A la sombra. Donde las mesas de trabajo se han transformado en uso de las confidencias.
Donde esperar supone burlarse del calor, estar a salvo.
Va fluyendo un relato del agua primero tímido, olfateado por las gacelas cuando corría subterráneo, más escondido aún que los enemigos.
Después humilde pero salvaje mana, emerge desde la callada soledad de los lentos estratos, y en su argumento habla de un tesoro de huesos dorados, de jardines sumidos en la luz interior de los deseos.
Y si lo escuchas, si ese relato llega a ti fresco de transparencia y tú lo bebes y se reparte por tu cuerpo hasta los suaves vértices de tu temblor, hasta ese misterio de tu espíritu, perteneces entonces al lugar de los habitantes que vivieron con alas, y comprendes que nada muere en ti, que has escuchado el cántico de los primeros adoradores de la vida: cuando era muy joven cualquier día del año y la historia no era más que una sutil sonrisa de saludo.
Dulce fruto, pequeños mordisquitos que daría a la joya de la pulpa recogiendo estaciones, orillas con libélulas del tamaño de un beso.
Concentrarse consiste en ir comiendo muy despacio no sólo de carne nutritiva, no sólo zumo luminoso. Seriamente sumirse en la delicia, mirar a los caimanes que pasan de largo, oír a los muertos cantar las viejas canciones de guerra.
Paladear con lentitud y ser la envidia ácida de los limones de nombre perdido y los tomates con sus semillas a punto de revelar estrellas.
Dulce fruto, sajo de lunabella sonrosada.
La seriedad consiste en no me observes más y sigue tu camino buscando lo que aún queda del rastro de tu amor.