
Prosigue el libro de Alice
Leeremos unos poemas dedicados a un joven amor ausente....digamos que podría llamarse Furey, como en en el cuento de Joyce:
«Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shanon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos».
Los muertos, de James Joyce
Los muertos, de James Joyce

I
Apreso en mis mandíbulas
los últimos jaguares.
Yo no sé
hablar con suavidad a los jacintos
o mirar con prudencia un terremoto.
Bailo bajo los muslos de la tierra,
bailo con los geriatras y los niños,
bailo con bordadoras que no tienen
hambre porque limaron
sus uñas en tejidos de renuncia.
Te buscaré, muchacho,
haré de ti una joya en los salones
de París;
yo seré Marlon Brando
y tú, un alumno
precisamente experto con los dedos.
Bailo en las averías de los coches
cuando la noche ruge de ginebra
y quedarse parado
es una invitación a los felinos.
Me alimentan los últimos jaguares
y parece mentira
que en la ciudad de obispos y de muertos
pueda encontrar la selva y su extravío.
Te buscaré, muchacho,
y bailaré en tus brazos abatida.
Me dejaré ganar por tu apetito
y haré que me desangro en tu inconstancia.